En 1972, cinco años antes de ser creado cardenal y
mientras enseñaba en Regensburg, se expresó en un ensayo académico en todos
aperturistas. Ahora, en un volumen de su obra completa de próxima publicación
en Alemania, decidió retirar esa propuesta.
En 1972,
cuando faltaban menos de cinco años para su nombramiento episcopal y
cardenalicio, cuando ya era miembro de la Comisión teológica internacional
creada por Pablo VI, Joseph Ratzinger se expresó a favor de la admisión a la
Eucaristía para los divorciados que se habían vuelto a casar, siempre y cuando
su segunda unión fuera sólida, tuvieran obligaciones morales para con los hijos
y cónyuges, y vivieran la experiencia de fe. La admisión habría debido darse
primero por vía extrajudicial, con base en «el testimonio del párroco» y de los
«miembros de la comunidad». Una solución que para Ratzinger se apoyaba en «la
tradición».
El futuro
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y futuro Papa escribió
estas consideraciones en un ensayo académico (que se encuentra en las páginas
35-56 de una antología de reflexiones cristológicas titulada Zur Frage nach der
Unauflöslichkeit der Ehe. Bemerkungen zum dogmengeschichtlichen Befund und zu
seiner gegenwärtigen Bedeutung, en Ehe und Ehescheidung. Diskussion unter
Christen, editado por F. Henrich y V. Eid para Münchener Akademie-Schriften 59,
München 1972). Ahora ese ensayo será nuevamente publicado en la “Opera omnia”
de Ratzinger, cuya edición está cuidando el cardenal Gerhard Ludwig Müller,
pero el autor decidió revisarlo por completo y cambiar notablemente la
conclusión, pues retira las aperturas expresadas en 1972: no hay que olvidar
que cuando era Prefecto del ex-Santo Oficio, de acuerdo con Juan Pablo II,
Ratzinger negó la posibilidad de la readmisión que habían propuesto tres
obispos alemanes en una carta pastoral (uno de ellos era precisamente el futuro
cardenal Walter Kasper). El volumen de las obras completas que contiene la
nueva versión de aquel ensayo está por llegar a las librerías alemanas y la
revista Herder Korrespondenz publicó un artículo comparando los pasajes
principales de ambas versiones.
¿Qué escribió
hace 42 años Joseph Ratzinger? He aquí algunos pasajes importantes de aquel
texto. «La Iglesia es la Iglesia de la Nueva Alianza, sin embargo vive en un
mundo en el que permanece inalterada la “dureza de los corazones” (Mt. 18, 9)
de la Antigua Alianza». El futuro Papa consideraba, pues, que «en claras
situaciones de emergencia, para evitar lo peor», la Iglesia pudiera «permitir
excepciones circunscritas». Una propuesta que no pretendía poner en discusión
las palabras de Jesús ni las Sagradas Escrituras, sino vinculada «con el
carácter de excepcionalidad como con su reglamentación, y con el de la ayuda en
situaciones de urgente necesidad».
«Quisiera
tratar de formular, con toda la agudeza del caso –continuaba el teólogo que
dentro de poco se habría convertido en el arzobispo de Mónaco de Baviera–, una
propuesta que me parece cuadrar» en este ámbito de situaciones de urgente
necesidad. «Cuando un primer matrimonio está destruido desde hace tiempo, e
irreparablemente para ambas partes; y cuando, por el contrario, un segundo
matrimonio se ha revelado una realidad moral y ha sido llenado por el espíritu
de la fe, especialmente en relación con la educación de los hijos (por lo que
la destrucción de este segundo matrimonio destruiría una grandeza moral y
provocaría daños morales), en este caso –mediante una vía extrajudicial– con
bse en el testimonio del párroco y de los miembros de la comunidad, se debería
permitir el acercamiento a la comunión de quienes viven un segundo matrimonio
de este tipo». Esta «reglamentación», según Joseph Ratzinger, estaba «apoyada
por la tradición, desde dos puntos de vista».
El primero de
ellos se relaciona con los procesos de nulidad matrimonial. «Es necesario
recordar con fuerza –escribía Ratzinger– los márgenes de discrecionalidad que
son inherentes a cada proceso de nulidad. Este margen de discrecionalidad y la
disparidad de posibilidades que, inevitablemente, deriva de los diferentes
grados de instrucción y también de las diferentes posibilidades económicas de
las personas involucradas, deberían poner en guardia frente a la idea de que se
puede hacer justicia inopugnablemente por esta vía». De cualquier manera, más
allá de esta consideración, «mucho de lo que no es juzgable es real». «La
perspectiva procesual –observaba el teólogo Ratzinger– debe limitarse necesariamente
a lo que es demostrable desde el punto de vista jurídico, pero, justamente por
ello, es posible que descuide datos que son efectivamente decisivos. De esta
manera, adquieren un peso desproporcionado algunos criterios formales (como
vicios de forma o en cuanto a la forma eclesiástica, deliberadamente
descuidada), que conduce a injusticias». Es por este motivo que Ratzinger
concluía que «el proceso de anulación […] no resuelve el problema» y no puede
pretender esa severa exclusividad» que se le ha atribuido.
El segundo
punto de vista aclaraba mayores detalles el apoyo de la tradición que en 1972
consideraba válido Ratzinger para su propuesta. Hacía notar que un «segundo
matrimonio», que mediante un largo periodo hubiera revelado «una grandeza
moral», siendo vivido en el espíritu de la fe, «de hecho corresponde al tipo de
indulgencia experimentable en Basilio, siempre y cuando tras un largo periodo
penitencial de quien vive en segundas nupcias se concede la comunión sin abolir
el segundo matrimonio: confiando en la misericordia de Dios, que no desatiende
la penitencia».
«Cuando, de un
segundo matrimonio, han nacido obligaciones morales para con los hijos, para
con la familia y de la misma manera para con la esposa –subrayaba Ratzinger en
1972–, y no subsisten obligaciones del mismo tipo con respecto al primer
matrimonio; cuando, pues, por razones de naturaleza moral es inadmisible
renunciar al segundo matrimonio y, por otra parte, la continencia en la
práctica no representa una posibilidad real (“magnorum est”, dijo Gregorio II),
en tal caso el acceso a la comunidad de quienes reciben la comunión, espués de
un periodo de prueba, se muestra no menos justo y plenamente en línea con la
tradición de la Iglesia».
El teólogo
Ratzinger no consideraba, cuando escribió el ensayo, la abstención de los actos
sexuales como una «posibilidad real» para todos, observando que el acceso al
sacramento no podía «depender de un acto que es inmoral (la ruptura de la
segunda unión, con consecuencias para los hijos, ndr.) o imposible en los
hechos (abstenerse de los actos propios de los cónyuges, ndr.)».
El futuro
Papa, no pretendía poner en discusión la indisolubilidad del matrimonio con
esta propuesta: «El matrimonio es “sacramentum”, subsiste en la forma
fundamental e inabrogable del compromiso contraído. Sin embargo, esto no
excluye que la comunión de la Iglesia abrace también a quienes reconozcan esta
doctrina y este principio de vida, aunque se encuentren en una situación de
emergencia de tipo particular, en la que tienen particular necesidad de la
plena comunión con el Cuerpo del Señor».
En la nueva
versión del texto, publicada en el volumen de las obras completas que está por
llegar a las librerías de Alemania, esta propuesta escrita en 1972 fue anulada.
El autor ya no considera esta vía recorrible, sobre todo considerando el
“relativismo” difundido en las sociedades contemporáneas y secularizadas. La
única vía indicada (en sintonía con las afirmaciones que hizo durante su
Pontificado) es la de proceder con las averiguaciones para las nulidades. «Si
la Iglesia considerara un matrimonio nulo por inmadurez psicológica, serían
admitidas nuevas nupcias –se lee en el nuevo texto. Incluso sin este
procedimiento un divorciado podría ser considerado activo en las comunidades eclesiásticas,
y poder ser padrino de Bautismo».
No hay que
sorprenderse de que, a 42 años de distancia, un teólogo afirme haber cambiado
opinión. Son bien conocidas, por ejemplo, las “retractationes” de San Agustín.
Sin ambargo, las páginas escritas a principios de los años setenta parecen muy
significativas. Las reflexiones allí plasmadas son interesantes porque, cuando
fueron publicadas en forma de ensayo científico, su autor ya no era un joven
teólogo seguidor del ala eclesial llamada “progresista”; ya no se trataba del
“outsider” que participó en el Concilio como perito del cardenal arzobispo de
Colonia, Josef Frings. En 1972, Joseph Ratzinger ya había criticado ciertas
tendencias teológicas post-conciliares: había pronunciado, en 9166, su discurso
en el Katholikentag de Bamberg, que es considerado como el parteaguas entre el
Ratzinger “progre” y el que conocemos hoy.
El teólogo
bávaro ya había salido de la turbulenta universidad de Tubinga, en donde había
sido colega de Hans Küng, y enseñaba en la mucho más tranquila universidad de
Regensburg. Además, a partir del primero de mayo de 1969 entró a formar parte
de la Comisión teológica internacional, apenas creada por Pablo VI, según las
indicaciones del Sínodo de los obispos, como instrumento para favorecer la
investigación teológica según la óptica del magisterio. Cuatro años y medio
después de haber publicado el ensayo en cuestión, en marzo de 1977, el mismo
Papa Montini eligió justamente a aquel profesor de teología, que representaba
un círculo teológico post-conciliar que respetaba el magisterio, para nombrarlo
arzobispo de la diócesis de Mónaco. Pocas semanas después llegaría el anuncio
de su inclusión en el colegio cardenalicio. Se puede deducir que el estudio
sobre la admisión de los divorciados que se han vuelto a casar a la Eucaristía
(en ciertas y bien determinadas circunstancias) era un argumento que en esa
época se podía seguir discutiendo a la luz de las nuevas condiciones en las que
vivía la familia, sin presentar la reflexión como una voluntad de poner en
discusión los fundamentos de la fe católica.
Andrea Tornielli
In http://www.lastampa.it/2014/11/20/vaticaninsider/es/vaticano/cuando-ratzinger-acept-la-comunin-a-los-divorciados-que-se-han-vuelto-a-casar-78t8PUkAQWezvIaQFriWoN/pagina.html
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