sábado, 7 de outubro de 2017

PSEUDO-CORREÇÃO AO PAPA, SEGUNDO ROCO BUTTIGLIONE


El filósofo Buttiglione responde y desmonta una por una las siete acusaciones de herejía que han dirigido a Francisco: «Si se sacan consecuencias lógicas de sus afirmaciones, incluso los críticos admiten que en algunos casos los divorciados pueden estar exentos de culpa grave y, por lo tanto, recibir la comunión».
«Juzgan y condenan». Y sobre todo utilizan un «método incorrecto». El filósofo Rocco Buttiglione, profundo conocedor del pensamiento de Juan Pablo II, en esta larga entrevista con Vatican Insider desmenuza (discutiéndolas) todas las acusaciones de herejía que los firmantes de la «correctio filialis» han dirigido al actual Pontífice.

¿Qué piensa sobre la «correctio filialis» enviada al Papa y sobre el grupo de estudiosos que hace afirmaciones tan duras sobre el sucesor de Pedro?

Jesús no escribió un manual de metafísica y mucho menos de teología. Se encomendó a un grupo de hombres y después a uno, Pedro. Les prometió la asistencia del Espíritu Santo. Aquí, un grupo de hombres se erigen en jueces por encima del Papa. No exponen objeciones, no discuten. Juzgan y condenan. ¿Quién les autorizó a constituirse en jueces por encima del Papa?

Después de su publicación, algunos de los que firmaron el documento afirmaron que nunca habían dicho que el Papa fuera un hereje. ¿Se deduce esto al leer el texto?

Leamos el texto: “nos vemos obligados a dirigir una corrección a Su Santidad, a causa de la propagación de herejías ocasionada por la Exhortación apostólica «Amoris laetitia» y por otras palabras, hechos y omisiones de Su Santidad”. Si esta no es una acusación de herejía, yo no sé qué es. Los que firmaron el documento que dicen que nunca afirmaron que el Papa fuera un hereje no leyeron el texto que firmaron.

Antes de entrar detalladamente en las 7 «herejías», me gustaría detenerme sobre el lenguaje utilizado: se hacen afirmaciones («propositiones») dando a entender que el Papa las escribió, dijo o sostuvo: en realidad ninguna de ellas ha sido afirmada por Francisco. ¿Es correcto el método?

No, no es un método correcto. Las proposiciones no resumen correctamente el pensamiento del Papa. Pongamos un ejemplo: en la segunda proposición atribuyen al Papa la afirmación de que los divorciados que se han vuelto a casar y que permanecen en ese estado «con absoluta advertencia y deliberado consenso» están en la gracia de Dios. El Papa dice otra cosa: en algunos casos un divorciado que se ha vuelto a casar y permanece en tal estado sin plena advertencia y deliberado consenso puede estar en la gracia de Dios.

¿Por qué es tan significativo este ejemplo?

Los críticos comienzan sosteniendo que en ningún caso un divorciado que se ha vuelto a casar puede estar en la gracia de Dios. Y luego algunos (yo, por ejemplo) les han recordado que para tener un pecado mortal es necesaria no solo una materia grave (y el adulterio es ciertamente materia grave de pecado), sino también de plena advertencia y deliberado consenso. Ahora parece que se echan para atrás: incluso ellos han comprendido que en algunos casos el divorciado que se ha vuelto a casar puede estar exento de culpa debido a atenuantes subjetivos (la falta de la plena advertencia y del deliberato consenso). ¿Qué hacen para encubrir la retirada? Le atribuyen al Papa la afirmación de que el divorciado que se ha vuelto a casar que permanezca en su situación con plena advertencia y deliberado consenso sigue estando en estado de gracia. Esta falsificación de la postura del Papa, a la que se ven obligados, indica cuán desesperada es su situación desde el punto de vista lógico. Admiten implícitamente que hay algunas situaciones en las que el divorciado que se ha vuelto a casar puede recibir la Comunión, pero toda la revuelta contra «Amoris laetitia» nació de un rechazo visceral frente a esta posibilidad.

La Iglesia, cuando condenaba proposiciones juzgadas heréticas, siempre era muy precisa en establecer qué se hubiera dicho y las intenciones de aquel que lo había dicho. En este caso no ha sido así…

A los correctores les gusta convertirse en un Nuevo Santo Oficio, pero evidentemente no conocen los procedimientos…

Hablando sobre las 7 «herejías» atribuidas al Pontífice, se ve que giran alrededor del punto de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. ¿Son fundadas en su opinión?

La primera corrección atribuye al Papa la afirmación de que la gracia no es suficiente para permitirle al hombre evitar todos los pecados. El Papa dice, con toda evidencia, muy otra cosa: la cooperación del hombre con la gracia a menudo es insuficiente y parcial. Por ello no logra evitar todos los pecados. La cooperación con la gracia, además, se desarrolla en el tiempo. Cuando el hombre comienza a moverse hacia la salvación lleva consigo una carga de pecados de los que se liberará poco a poco. Por ello una persona que no logra llevar a cabo por completo las obras de la ley puede estar en la gracia de Dios. Es la noción del pecado venial.

De la segunda ya hemos hablado. Vayamos a la tercera…

La tercera corrección atribuye al Papa la afirmación de que se puede conocer el mandamiento de Dios y violarlo y, a pesar de ello, permanecer en la gracia de Dios. También en este punto el Papa dice, con toda evidencia, otra cosa: es posible conocer las palabras del mandamiento y no comprenderlas o reconocerlas en su verdadero significado. El cardenal Newman distinguía entre comprender la noción (he comprendido el sentido verbal de una proposición) y la comprensión real (he comprendido qué significa para mi vida). Algo semejante dice también Santo Tomás, cuando habla del error en buena fe.

La cuarta censura atribuye al Papa la afirmación de que se puede cometer un pecado obedeciendo a la voluntad de Dios.

Probablemente quien haya redactado la censura tenía en mente un pasaje de «Amoris laetitia» en el que el Papa dice que cuando una pareja de divorciados que se han vuelto a casar decide vivir junta como hermano y hermana (es decir actuando según la ley del Señor) se puede dar que acaben teniendo relaciones sexuales con terceras personas y destruyendo el nido que habían creado y en el que sus hijos encontraban el ambiente adecuado para su crecimiento y su madurez humana. El Papa no saca conclusiones de esta afirmación empírica. Pero, si se quieren sacar conclusiones, hay que tener mucha malicia para llegar a la conclusión propuesta por los censores. La conclusión más obvia es: que el confesor recomiende a la pareja interrumpir las relaciones sexuales y que tome seriamente en consideración su temor de no poder hacerlo y pasar de un pecado (el adulterio) a un pecado mayor (el adulterio más la traición de la segunda relación). El confesor debe acompañar a la pareja hasta que su maduración interior les permita dar el paso que pide la ley moral.

La quinta proposición atribuye al Papa la afirmación de que los actos sexuales de los divorciados que se han vuelto a casar entre ellos pueden ser buenos y no ser desagradables ante los ojos de Dios.

Aquí probablemente el aterro tenía en mente un pasaje de «Amoris laetitia» en el que el Papa dice que «esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena». El Papa no dice que Dios está contento porque los divorciados que se han vuelto a casar sigan teniendo relaciones sexuales entre sí. La conciencia reconoce que no está alineada a la ley. Pero la conciencia también sabe que ha comenzado un camino de conversión. Uno va a la cama con una mujer que no es su esposa, pero ha dejado de drogarse y de ir con prostitutas, ha encontrado un trabajo y cuida a sus hijos. Tiene el derecho de pensar que Dios está contento de él, por lo menos en parte (Santo Tomás diría: «secundum quid»). Dios no está contento por los pecados que sigue cometiendo. Está contento por las virtudes que comienza a practicar y, naturalmente, espera que en el futuro dé nuevos pasos hacia adelante.

¿Puede ofrecer otro ejemplo de esta situación?

Imaginemos a un padre que tiene un hijo enfermo y el niño mejora. Todavía tiene fiebre, pero ha dado de vomitar, logra mantener en el estómago lo que come, ha comenzado un tratamiento que parece funcionar. ¿El padre está contento porque su hijo está enfermo? No, está contento porque su hijo tiene síntomas de mejoría y de curación. Pensemos por un momento en la viuda del Evangelio que ofrece al tesoro del Templo dos pequeñas monedas de cobre. Jesús comenta: esta mujer ha dado mucho más que los ricos y potentes, incluso si han derramado toneladas de monedas de oro y plata. Esos dieron lo superfluo, ella dio todo lo que tenía. De la misma manera Dios tal vez se alegre más por un paso incierto hacia el bien de una persona que nació en una familia dividida, que fue bautizado pero nunca verdaderamente evangelizado, que nunca ha tenido frente a sus ojos un ejemplo de amor entre un hombre y una mujer, que ha crecido dentro de la ideología dominante según la cual el sexo es real y el amor no existe, que por el paso de una persona que observa plenamente la ley pero  tuvo buenos padres, buenos ejemplos, buenos maestros, un buen párroco y (tal vez lo más importante de todo) una buena esposa.

Vayamos a la sexta censura, en la que se afirma que el Papa dijo que no existen actos intrínsecamente malos, sino que, según las circunstancias, cada acto humano puede ser bueno o malo.

Aquí se quiere aplanar el pensamiento del Papa sobre la llamada «ética de la situación». Una vez más, «Amoris laetitia» dice otra cosas, absolutamente tradicionales, que hemos estudiado desde niños en el catequismo de la Iglesia católica, no solo en el nuevo de san Juan Pablo II, sino también en el viejo de san Pío X. Para tener un pecado mortal se necesitan tres condiciones: la materia grave (el adulterio siempre es, y sin excepciones, materia grave de pecado), la plena advertencia (debo saber que lo que estoy haciendo está mal) y el deliberado consenso (debo elegir libremente hacer lo que estoy haciendo). Si falta la plena advertencia y el deliberado consenso, un pecado mortal puede pasar de mortal a venial. La acción siempre es equivocada, pero el sujeto que la lleva a cabo no siempre tiene toda la responsabilidad. Es como en el derecho penal: el homicidio es un delito grave. Pero la pena puede ser muy diferente: tú manejas respetando todas las reglas y un borracho se te arroja mientras pasas. Tal vez serás absuelto o te darán una pequeña pena. Tú no respetas las reglas del código, manejas borracho y matas a un pobrecito que estaba pasando por allí. Tendrás una condena severa. Usas el coche como un arma para matar a una persona que odias. Te mereces la cadena perpetua.

La séptima y última «corrección filial» en el documento dice que el Papa es hereje porque se le acusa de querer dar la comunión a los divorciados que «no expresen ninguna contrición, ni el propósito firme de enmendarse de su actual estado de vida».

El Papa quiere acompañar a los divorciados que tienen la contrición por su estado de vida y el firme propósito de enmendarse. No dice que hay que darles la comunión siempre y como sea, sino que hay que acompañarlos en la situación concreta en la que se encuentran y evaluar también su nivel de responsabilidad subjetiva. El punto de llegada del camino es (cuando la reconciliación con el verdadero cónyuge no sea posible) la renuncia a las relaciones sexuales. Pero en el camino hay muchas etapas. Puede haber casos en los que una persona pueda estar en la gracia de Dios debido a atenuantes subjetivos (falta de plena advertencia y deliberado consenso) incluso si continúa a tener relaciones sexuales con la propia pareja. Pensemos en una mujer que quisiera tomar esta decisión de castidad pero el hombre no lo quiere, y si ella se la impusiera él se sentiría traicionado y se iría, destruyendo el vínculo de amor en el que crecen los hijos. ¿Quién negaría las atenuantes subjetivas a una mujer que siguiera teniendo relaciones sexuales con su hombre mientras, por otra parte, persevera en su intento de convencerlo de que se acerque a la castidad? En la disciplina canónica que no admite a los divorciados que se han vuelto a casar en los sacramentos hay que distinguir dos elementos o, si se prefiere, dos diferentes razones. La primera es una razón que deriva de la teología moral. El adulterio es intrínsecamente malo y nunca puede ser justificado. Pero esto no impide que la persona pueda no ser completamente responsable por esa transgresión debido a circunstancias atenuantes subjetivas. Existe una imposibilidad absoluta de dar la comunión a quienes estén en pecado mortal (y esta regla es de derecho Divino y, por lo tanto, inderogable), pero si, debido a la falta de plena advertencia y deliberado consenso, no hay pecado mortal, la comunión se puede dar, desde el punto de vista de la teología moral, incluso a un divorciado que se ha vuelto a casar.
También existe otra prohibición, no moral, sino jurídica. La convivencia extra-matrimonial contradice claramente la ley de Dios y genera escándalo. Para proteger la fe del pueblo y reforzar la conciencia de la indisolubilidad del matrimonio, la legítima autoridad puede decidir no dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar aunque no estén en pecado mortal. Pero esta regla es de derecho humano y la legítima autoridad puede permitir derogaciones por razones justas.

¿Le parece que los que firmaron la «correctio» tuvieron en cuenta las posibles circunstancias atenuantes?

Si comparamos este último documento con los anteriores, no es difícil ver las huellas de cierto embarazo. Los documentos anteriores ignoraban completamente el problema relativo a las circunstancias atenuantes. Ahora tratan de tomarlo en consideración. Y para hacerlo deben hacer finta de que no comprendieron lo que el Papa dijo verdaderamente. Una consecuencia mucho más importante es que, ahora, si se sacan consecuencias lógicas de sus afirmaciones, incluso los críticos admiten que en algunos casos los divorciados que se han vuelto a casar pueden estar exentos de la culpa grave debido a las atenuantes subjetivas y, por lo tanto, recibir la comunión. Pero este, desde el inicio, es el verdadero objeto de la contienda.

¿El objetivo de las críticas, en su opinión, son solamente algunas afirmaciones del actual Pontífice o el magisterio, más en general, de los últimos Papas y, en el fondo, de la Iglesia post-conciliar?

No conozco a todos los que firmaron la «correctio». Entre los que conozco yo hay algunos lefebvrianos. Estaban en contra del Concilio, en contra de Pablo VI, en contra de Juan Pablo II, contra Benedicto XVI y ahora contra el Papa Francisco. Otros tienen que ver con el movimiento “Tradição, Familia, Propriedade”, que en su momento sostuvo al régimen militar en Brasil. Algunos afirman públicamente que la desviación de la Iglesia comienza con León XIII y la encíclica “Au milieu des sollicitudes”, que habría traicionado la alianza entre el trono y el altar, renunciando al principio del derecho divino de los reyes… Tratan de aislar al Papa Francisco, comparándolo con sus predecesores, pero estos adversarios también son adversarios de sus predecesores. No veo que haya entre los firmantes muchos cardenales (es más, no veo ninguno), no veo muchos obispos (uno solo, de 94 años), no veo muchos profesores ordinarios de teología o de filosofía (pero está Antonio Livi, a quien estimo tanto).

No hay duda de que el documento ha tenido un gran eco en los medios de comunicación…

Veo una campaña de opinión muy bien orquestada para dar la impresión de una «revuelta de los expertos», tan expertos que se pueden permitir dar lecciones al Papa. Claramente no es así. Permítaseme expresar una preocupación. Tengo la impresión de que algunos piensan que la Iglesia existe para defender una Tradición de la precede, que se opone a cualquier cambio histórico y que no es la Tradición cristiana. Los sabios, que son el depósito de esta Tradición increpada y eterna, tienen el derecho de juzgar también a la Iglesia, cuando falte a su tarea de combatir la modernidad. Un pensamiento de este tipo se presentó con fuerza en la “Action Françaiseˮ condenada por Pío XI. Siguiendo un razonamiento de este tipo, René Guenon pasó del catolicismo al islam, convencido de que ofrecía una defensa más eficaz de la Tradición contra la modernidad.

Rocco Buttiglione
Andrea Tornielli

In http://www.lastampa.it/2017/10/04/vaticaninsider/es/reportajes-y-entrevistas/la-correctio-el-mtodo-no-es-correcto-no-discuten-condenan-rf4pmPbilcQYSDgTSDr9AI/pagina.html

DOMINGO XXVII A DO TEMPO COMUM


Tema do 27º Domingo do Tempo Comum:

A liturgia do 27º Domingo do Tempo Comum utiliza a imagem da “vinha de Deus” para falar desse Povo que aceita o desafio do amor de Deus e que se coloca ao serviço de Deus. Desse Povo, Deus exige frutos de amor, de paz, de justiça, de bondade e de misericórdia.
Na primeira leitura, o profeta Isaías dá conta do amor e da solicitude de Deus pela sua “vinha”. Esse amor e essa solicitude não podem, no entanto, ter como contrapartida frutos de egoísmo e de injustiça… O Povo de Jahwéh tem de deixar-se transformar pelo amor sempre fiel de Deus e produzir os frutos bons que Deus aprecia – a justiça, o direito, o respeito pelos mandamentos, a fidelidade à Aliança.
No Evangelho, Jesus retoma a imagem da “vinha”. Critica fortemente os líderes judaicos que se apropriaram em benefício próprio da “vinha de Deus” e que se recusaram sempre a oferecer a Deus os frutos que Lhe eram devidos. Jesus anuncia que a “vinha” vai ser-lhes retirada e vai ser confiada a trabalhadores que produzam e que entreguem a Deus os frutos que Ele espera.
Na segunda leitura, Paulo exorta os cristãos da cidade grega de Filipos – e todos os que fazem parte da “vinha de Deus” – a viverem na alegria e na serenidade, respeitando o que é verdadeiro, nobre, justo e digno. São esses os frutos que Deus espera da sua “vinha”.

LEITURA I – Is 5, 1-7

Leitura do Livro de Isaías

Vou cantar, em nome do meu amigo,
um cântico de amor à sua vinha.
O meu amigo possuía uma vinha numa fértil colina.
Lavrou-a e limpou-a das pedras,
plantou-a de cepas escolhidas.
No meio dela ergueu uma torre e escavou um lagar.
Esperava que viesse a dar uvas,
Mas ela só produziu agraços.
E agora, habitantes de Jerusalém, e vós, homens de Judá,
sede juízes entre mim e a minha vinha:
Que mais podia fazer à minha vinha que não tivesse feito?
Quando eu esperava que viesse a dar uvas,
porque é que apenas produziu agraços?
Agora vos direi o que vou fazer à minha vinha:
vou tirar-lhe a vedação e será devastada;
vou demolir-lhe o muro e será espezinhada.
Farei dela um terreno deserto:
não voltará a ser podada nem cavada,
e nela crescerão silvas e espinheiros;
e hei-de mandar às nuvens
que sobre ela não deixem cair chuva.
A vinha do Senhor do Universo é a casa de Israel,
e os homens de Judá são a plantação escolhida.
Ele esperava rectidão e só há sangue derramado;
esperava justiça e só há gritos de horror.

AMBIENTE

Isaías, filho de Amós, exerceu o seu ministério profético em Jerusalém, no reino de Judá, durante a segunda metade do séc. VIII a.C. (de acordo com os seus oráculos, o profeta foi chamado por Deus ao ministério profético por volta de 740-739 a.C.; e os seus oráculos vão até perto de 700 a.C.). A sua pregação abarca, portanto, um arco de tempo relativamente longo e abrange vários reinados.
Isaías – como os outros profetas – não fala de realidades abstractas e intangíveis. A sua pregação refere-se a acontecimentos concretos e toca a realidade da vida, dos problemas, das inquietações, das esperanças dos homens do seu tempo. Para perceber a sua mensagem temos, portanto, de situá-la na época e na realidade histórica que o profeta conhece e sobre a qual é chamado por Deus a pronunciar-se.
A primeira fase do ministério de Isaías desenrola-se durante o reinado de Jotam (740-734 a.C.). É uma época de relativa tranquilidade política, em que Judá se mantém afastado da cena internacional e das jogadas políticas das super-potências. Tudo parece correr bem, num clima de paz generalizada.
No entanto, o olhar crítico do profeta detecta uma realidade distinta. Internamente, a sociedade de Judá está marcada por grandes injustiças e arbitrariedades… Os poderosos exploram os mais débeis, os juízes deixam-se corromper, os latifundiários deixam-se dominar pela cobiça e inventam esquemas legais para se apropriar dos bens dos mais pobres, os governantes oprimem os súbditos, as senhoras finas de Jerusalém vivem no luxo e na futilidade, num desrespeito absoluto pelas necessidades e carências dos mais pobres.
Em termos religiosos, o culto floresce numa abundância inaudita de práticas de piedade e de abundantes e solenes manifestações religiosas; no entanto, todo esse fausto cultual é incoerente e mentiroso, pois não resulta de uma verdadeira adesão a Jahwéh, mas de uma tentativa de acalmar as consciências e de “comprar” Deus.
Para o profeta, Jerusalém deixou de ser a esposa fiel, para converter-se numa prostituta (cf. Is 1, 21-26); ou, dito de outra forma, a “vinha” cuidada por Deus só produz frutos amargos e não os frutos bons (de justiça e de amor) pedidos a quem vive envolvido no ambiente da Aliança.
A mensagem de Isaías neste período encontra-se nos capítulos 1-5 do seu livro. O texto que hoje nos é proposto é um dos textos mais emblemáticos deste período.
O “cântico da vinha” poderia ser, inicialmente, um “cântico de vindima” ou um “cântico de trabalho”, que um poeta popular entoa diante do seu círculo de amigos ou de companheiros de trabalho. Mas, como acontece tantas vezes com as formas de expressão da cultura popular, rapidamente as palavras adquirem um duplo sentido e passam a evocar outra realidade.
Na cultura judaica, a “vinha” é um símbolo do amor (cf. Ct 1, 6.14; 2, 15; 8, 12). O “cântico da vinha” passa então a ser, na boca do poeta popular, uma “cantiga de amor”, que descreve os esforços do jovem apaixonado para conquistar a sua amada.
Isaías vai utilizar esta “cantiga de amor” como recurso para transmitir a mensagem que Deus lhe confiou.

MENSAGEM

A canção que o profeta canta é bonita e o tema é sugestivo. O profeta/poeta brinca com as sonoridades e com o ritmo, alterna os sons doces das canções de amor com os sons ásperos das canções de trabalho. Os interlocutores do profeta/poeta estão atentos e fascinados e escutam com prazer a descrição das quase patéticas tentativas do poeta para conquistar a sua amada. Ouvem-no falar dos seus trabalhos para construir a sua vinha, dos seus cuidados com ela, das suas ilusões, dos seus sonhos; sorriem perante as alusões ao “lagar” (o lugar onde será feito o vinho do amor) e à torre (de onde o amado vigiará, para que ninguém entre na sua “vinha” e colha os frutos do seu amor). Aprovam quando ele, depois de tantos cuidados, fica à espera dos “frutos saborosos” do amor que cultivou. Ficam revoltados quando, depois de todo o empenho do amado, a “vinha” só lhe ofereceu frutos azedos. O auditório s
impatiza com o poeta, identifica-se com ele, partilha a sua desilusão…
De repente, o poeta transforma o cântico em queixa e reclama justiça. Interpela directamente os seus interlocutores e exige deles um veredicto. Tem o público na mão: todos concordam que o profeta/poeta tem razão e que tem todo o direito em tirar a vedação que protegia a vinha, em não voltar a cuidar dela, em dar ordens às nuvens para que não a fecundem com a chuva…
Quando o seu público já pronunciou mentalmente um veredicto favorável ao profeta/poeta, este lança-lhe à cara a acusação que vinha preparando: “a vinha do Senhor do universo é a casa de Israel e os homens de Judá são a plantação escolhida. Ele esperava rectidão e só há sangue derramado; esperava justiça e só há gritos de horror” (v. 7).
A imagem da “vinha” aplicada ao Povo de Deus encontra-se frequentemente na Bíblia (cf. Is 3, 14; 27, 2-5; Jer 2, 21; 12, 10; Ez 17, 6; Os 10, 1; Sl 80, 9-17). Os profetas e catequistas de Israel viram na imagem da “vinha” um símbolo privilegiado para expressar essa história de amor que Deus quis escrever com o seu Povo, isto é, a Aliança.
Nesta “parábola”, Deus é o “vinhateiro” e Israel é a “vinha”. Foi Deus quem trouxe de longe (do Egipto) essas videiras escolhidas, que as plantou numa terra fértil (a terra de Canaan), que removeu dessa terra as pedras (os outros povos que aí habitavam) que podiam estorvar a fecundidade da “vinha”, que cuidou e, sobretudo, que amou a sua “vinha”.
Como é que Israel respondeu aos esforços de Deus? Que frutos produziu a “vinha” de Jahwéh? O profeta/poeta responde: Deus esperava que Israel vivesse no direito e na justiça (“mishpat” e “zedaqa”) cumprindo fielmente as exigências da Aliança; esperava uma vida de coerência com os mandamentos; esperava que Israel respeitasse os direitos dos mais débeis… Na realidade, o Povo actua em sentido exactamente contrário àquilo que Deus esperava: os poderosos cometem injustiças e arbitrariedades, os juízes são corruptos e não fazem justiça ao pobre, os grandes praticam violências e derramam o sangue do inocente, os órfãos e as viúvas vêem espezinhados os seus direitos sem que ninguém os defenda.
Na verdade, sugere o profeta, Deus não pode pactuar com este esquema e prepara-Se para abandonar essa “vinha” ingrata, essa amada infiel.
Atente-se nesta “lição” fundamental: o amor de Deus pretende criar no coração do seu Povo uma dinâmica que leve ao amor ao irmão. Deus ama-nos, para que nos deixemos transformar pelo amor e amemos os outros.

ACTUALIZAÇÃO

Na reflexão, considerar os seguintes dados:

• A “parábola da vinha” é uma história de amor. Fala-nos do amor de um Deus que liberta o seu Povo da escravidão, que o conduz para a liberdade, que estabelece com ele laços de família, que lhe oferece indicações seguras para caminhar em direcção à justiça, à harmonia, à felicidade, que o protege nos caminhos da história… É preciso termos consciência de que esta história de amor não terminou e que o mesmo Deus continua a derramar sobre nós, todos os dias, o seu amor, a sua bondade, a sua misericórdia. Tenho consciência desse facto? Tenho o coração aberto aos seus dons? Encontro tempo e disponibilidade para Lhe agradecer e para O louvar?

• O encontro com o amor de Deus tem de significar uma efectiva transformação do nosso coração e tem de nos levar ao amor ao irmão. Quem trata os irmãos com arrogância, quem assume atitudes duras, agressivas e intolerantes, quem pratica a injustiça e espezinha os direitos dos mais débeis, quem é insensível aos dramas dos irmãos, certamente ainda não fez a experiência do amor de Deus. Às vezes encontramos nas nossas comunidades cristãs ou religiosas pessoas muito válidas do ponto de vista da organização e da animação, que se consideram a si próprias colunas da comunidade, que têm uma fé inabalável, mas que são insensíveis, amargas, agressivas, intolerantes… Será possível ser sinal de Deus e testemunhar o Deus que ama os homens, sem nos deixarmos conduzir pela tolerância, pela misericórdia, pela bondade, pela compreensão?

• O nosso texto identifica os “frutos bons” que Deus espera da sua “vinha” com o direito e a justiça e afirma que Deus não tolera uma “vinha” que produza “sangue derramado” e “gritos de horror”. Nos nossos dias, o “sangue derramado” das vítimas da violência, do terrorismo, das guerras religiosas, dos sistemas que geram morte e sofrimento continua a tingir a nossa história; os “gritos de horror” de tantos homens e mulheres privados dos direitos mais elementares, torturados, marginalizados, excluídos, impedidos de ter acesso a uma vida minimamente humana, continuam a escutar-se na Europa, na Ásia, na África, nas Américas… Qual o nosso papel, no meio de tudo isto? Podemos calar-nos, num silêncio cúmplice e alienado, diante do drama de tantos irmãos condenados à morte? O que podemos fazer para que a “vinha” de Deus produza outros frutos?

SALMO RESPONSORIAL – Salmo 79 (80)

Refrão: A vinha do Senhor é a casa de Israel.

Arrancastes uma videira do Egipto,
expulsastes as nações para a transplantar.
Estendia até ao mar as suas vergônteas
e até ao rio os seus rebentos.

Porque lhe destruístes a vedação,
de modo que a vindime quem quer que passe pelo caminho?
Devastou-a o javali da selva
e serviu de pasto aos animais do campo.

Deus dos Exércitos, vinde de novo,
olhai dos céus e vede, visitai esta vinha.
Protegei a cepa que a vossa mão direita plantou,
o rebento que fortalecestes para Vós.

Não mais nos apartaremos de Vós:
fazei-nos viver e invocaremos o vosso nome.
Senhor, Deus dos Exércitos, fazei-nos voltar,
iluminai o vosso rosto e seremos salvos.

LEITURA II – Flp 4, 6-9

Leitura da Epístola do apóstolo São Paulo aos Filipenses

Irmãos:
Não vos inquieteis com coisa alguma.
Mas, em todas as circunstâncias,
apresentai os vossos pedidos diante de Deus,
com orações, súplicas e acções de graças.
E a paz de Deus, que está acima de toda a inteligência,
guardará os vossos corações
e os vossos pensamentos em Cristo Jesus.
Quanto ao resto, irmãos,
tudo o que é verdadeiro e nobre,
tudo o que é justo e puro,
tudo o que é amável e de boa reputação,
tudo o que é virtude e digno de louvor
é o que deveis ter no pensamento.
O que aprendestes, recebestes, ouvi
stes e vistes em mim
é o que deveis praticar.
E o Deus da paz estará convosco.

AMBIENTE

Continuamos a ler a carta enviada pelo apóstolo Paulo aos cristãos da cidade grega de Filipos. Quando escreve aos seus amigos filipenses, Paulo está na prisão (em Éfeso?), sem saber o que o futuro imediato lhe reserva. Entretanto, recebeu ajuda dos filipenses (uma soma em dinheiro e a visita de Epafrodito, um membro da comunidade, encarregado pelos filipenses de cuidar de Paulo e de prover às suas necessidades) e está sensibilizado pela bondade e pela preocupação que os filipenses manifestam para com a sua pessoa.
A Carta aos Filipenses é, sobretudo, uma carta dirigida a amigos muito queridos, na qual Paulo manifesta o seu apreço por essa comunidade que o ama, que o ajuda e que se preocupa com ele. Enviando de volta Epafrodito – que estivera gravemente doente – Paulo agradece, dá notícias, informa a comunidade sobre a sua própria sorte e exorta os filipenses à fidelidade ao Evangelho.
O texto que hoje nos é proposto pertence à parte final da carta. Apresenta um conjunto de recomendações, destinadas a recordar aos filipenses algumas obrigações que resultam do seu compromisso com Cristo e com o Evangelho.

MENSAGEM

Os primeiros dois versículos do nosso texto (vv. 6-7) fazem parte de uma passagem mais longa, na qual Paulo recomenda aos cristãos de Filipos que vivam na alegria (vv. 4-7). Esta “alegria” não tem nada a ver com gargalhadas histéricas ou com optimismos inconscientes; mas é a “alegria” que resulta de uma vida de comunhão com o Senhor, com tudo o que isso significa em termos de garantia de vida verdadeira e eterna. O cristão vive na alegria, pois a comunhão com Cristo garante-lhe o acesso próximo (“o Senhor está próximo”) à vida definitiva. Daí resulta a serenidade, a paz, a tranquilidade, que permitem ao crente enfrentar a vida sem medo e sentir-se seguro nos braços amorosos de Deus Pai (v. 6a). Ao crente resta cultivar a comunhão com Deus, entregando-Lhe diariamente a sua vida “com orações, súplicas e acções de graças” (v. 6b).
Depois (v. 8), Paulo recomenda aos filipenses um conjunto de seis “qualidades” que eles devem cultivar e apreciar: a verdade, a nobreza, a justiça, a pureza, a amabilidade e a boa reputação. Tudo isto é “virtude”, tudo isto é digno de louvor. Há quem veja neste versículo a “magna carta do humanismo cristão”. Estes valores não são exclusivos do cristianismo: são valores sãos e louváveis, que constam também do ideal pagão (eram valores igualmente propostos pelos moralistas gregos da época). No entanto, a comunidade cristã deve estar aberta ao acolhimento de todos os verdadeiros valores humanos. Os cristãos devem ser, antes de mais, arautos e testemunhas dos verdadeiros valores humanos.
Finalmente, Paulo convida os filipenses a porem em prática estas recomendações segundo o exemplo que receberam do próprio Paulo (v. 9). O cristão tem de viver os valores humanos em confronto constante com o Evangelho e na fidelidade ao Evangelho.

ACTUALIZAÇÃO

Considerar na reflexão e actualização, as seguintes linhas:

• As palavras de Paulo aos filipenses definem alguns dos elementos concretos que devem marcar a caminhada do Povo de Deus. Em primeiro lugar, Paulo convida os crentes a não viverem inquietos e preocupados. Os cristãos estão “enxertados” em Cristo e têm a garantia de com Ele ressuscitar para a vida definitiva. Eles sabem que as dificuldades, os dramas, as perseguições, as incompreensões são apenas acidentes de percurso, que não conseguirão arredá-los da vida verdadeira. Os cristãos não são pessoas fracassadas, alienadas, falhadas, mas pessoas com um objectivo final bem definido e bem sugestivo. O caminho de Cristo é um caminho de dom e de entrega da vida; mas não é um caminho de tristeza e de frustração. Porquê, então, a tristeza, a inquietação, o desânimo com que, tantas vezes, enfrentamos as vicissitudes e as dificuldades da nossa caminhada? Porque é que, tantas vezes, saímos das nossas celebrações eucarísticas cabisbaixos, intranquilos, de semblantes tristonhos e ar irritado? Os irmãos que nos rodeiam e que nos olham nos olhos recebem de nós um testemunho de paz, de serenidade, de tranquilidade?

• Em segundo lugar, Paulo convida os crentes a terem em conta, na sua vida, esses valores humanos que todos os homens apreciam e amam: a verdade, a justiça, a honradez, a amabilidade, a tolerância, a integridade… Um cristão tem de ser, antes de mais, uma pessoa íntegra, verdadeira, leal, honesta, responsável, coerente. Ouvimos, algumas vezes, dizer que “os que vão à igreja são piores do que os outros”. Em parte, a expressão serve, sobretudo, a muitos dos chamados “cristãos não praticantes” para justificar o facto de não irem à igreja; mas não traduzirá, algumas vezes, o mau testemunho que alguns cristãos dão quanto à vivência dos valores humanos? Quem contacta as recepções das nossas igrejas, encontra sempre simpatia, compreensão, amabilidade, verdade, coerência?

• A forma como Paulo propõe aos seus cristãos os mesmos valores que constavam das listas de valores dos moralistas gregos da sua época, deve convidar-nos a reflectir sobre a nossa relação com os valores do mundo que nos rodeia e sobre a forma como os aceitamos e integramos na nossa vida. Não podemos esconder-nos atrás da nossa muralha fortificada e rejeitar, em bloco, tudo aquilo que o mundo de hoje nos proporciona, como se fosse algo de mau e pecaminoso. O mundo em que vivemos tem valores muito bonitos e sugestivos, que nos ajudam a crescer de uma forma sã e equilibrada e a integrar uma realidade rica em desafios e esperanças. O que é necessário é saber discernir, de entre todos os valores que o mundo nos apresenta, aquilo que nos torna mais livres e mais felizes e aquilo que nos torna mais escravos e infelizes, aquilo que não belisca a nossa fé e aquilo que ameaça a essência do Evangelho…

ALELUIA – cf. Jo 15, 16

Aleluia. Aleluia.
Eu Vos escolhi do mundo, para que vades e deis fruto,
e o vosso fruto permaneça, diz o Senhor.

EVANGELHO – Mt 21, 33-43

Evangelho de Nosso Senhor Jesus Cristo segundo São Mateus

Naquele tempo,
disse Jesus aos príncipes dos sacerdotes e aos anciãos do povo:
«Ouvi outra parábola:
Havia um proprietário que plantou uma vinha,
cercou-a com uma sebe, cavou nela um lagar
e levantou uma torre;
depois, arrendou-a a uns vinhateiros e partiu para longe.
Quando chegou a época das colheitas,
mandou os seus servos aos vinhateiros para receber os frutos.
Os vinhateiros, porém, lançando mão dos servos,
espancaram um, mataram outro, e a outro apedrejaram-no.
Tornou ele a mandar outros servos,
em maior número que
os primeiros.
E eles trataram-nos do mesmo modo.
Por fim, mandou-lhes o seu próprio filho, dizendo:
‘Respeitarão o meu filho’.
Mas os vinhateiros, ao verem o filho, disseram entre si:
‘Este é o herdeiro;
matemo-lo e ficaremos com a sua herança’.
E, agarrando-o, lançaram-no fora da vinha e mataram-no.
Quando vier o dono da vinha, que fará àqueles vinhateiros?».
Eles responderam:
«Mandará matar sem piedade esses malvados
e arrendará a vinha a outros vinhateiros,
que lhe entreguem os frutos a seu tempo».
Disse-lhes Jesus: «Nunca lestes na Escritura:
‘A pedra que os construtores rejeitaram
tornou-se a pedra angular;
tudo isto veio do Senhor e é admirável aos nossos olhos’?
Por isso vos digo:
Ser-vos-á tirado o reino de Deus
e dado a um povo que produza os seus frutos».

AMBIENTE

Estamos em Jerusalém, pouco tempo após a entrada triunfal de Jesus na cidade (cf. Mt 21, 1-11). De hora para hora, cresce a tensão entre Jesus e os seus adversários. Os líderes judaicos pressionam Jesus, num esquema que apresenta foros de processo organizado. Adivinha-se, no horizonte próximo de Jesus, a prisão, o julgamento, a condenação à morte. Jesus está plenamente consciente do destino que lhe está reservado, mas enfrenta os dirigentes e condena implacavelmente a sua recusa em acolher o Reino.
O texto que nos é proposto faz parte de um bloco de três parábolas (cf. Mt 21, 28-32. 33-43; 22, 1-14), destinadas a ilustrar a recusa de Israel em aceitar o projecto de salvação que Deus oferece aos homens através de Jesus. Com elas, Jesus convida os seus opositores – os líderes religiosos judaicos – a reconhecerem que se fecharam num esquema de auto-suficiência, de orgulho, de arrogância, de preconceitos, que não os deixa abrir o coração e a vida aos desafios de Deus. O nosso texto é a segunda dessas três parábolas.
A história que nos vai ser narrada compreende-se melhor à luz da situação sócio-económica da Galileia do tempo de Jesus… A terra estava, quase sempre, nas mãos de grandes latifundiários que viviam nas cidades. Esses latifundiários utilizavam vários sistemas para a exploração das suas terras; mas uma das formas preferidas de exploração da terra (precisamente porque, para o latifundiário não implicava muito trabalho) consistia em arrendar as várias parcelas do latifúndio, em troca de uma parte substancial dos produtos recolhidos. Os que arrendavam as terras eram, geralmente, camponeses que tinham perdido as suas próprias terras devido à pressão fiscal ou às más colheitas. Estes camponeses viviam numa situação periclitante: depois de descontados os gastos com a exploração, os impostos pagos e a parte que pertencia ao latifundiário, mal ficavam com o indispensável para se sustentar a si e à sua família. Em anos agrícolas maus, este esquema significava a miséria absoluta… Este quadro provocava conflitos sociais frequentes e o aparecimento de movimentos campesinos que lutavam contra os latifundiários ou contra a carga excessiva de impostos.
É neste cenário que Jesus vai colocar a parábola que hoje nos apresenta.

MENSAGEM

A parábola contada por Jesus coloca-nos no mesmo ponto de partida da parábola da “vinha” de Is 5, 1-7: um “senhor” plantou uma “vinha”, cercou-a com uma sebe, cavou nela um lagar e levantou uma torre.
A partir daqui, no entanto, a parábola de Jesus afasta-se um pouco da parábola de Isaías… Na versão de Jesus, o proprietário não explorou directamente a “vinha”, mas confiou-a a uns “vinhateiros” que deviam dar-lhe, cada ano, uma determinada percentagem dos frutos produzidos. No entanto, quando os “servos” do “senhor” apareceram para recolher a parte que pertencia ao seu amo, foram maltratados e assassinados pelos “vinhateiros”; e o próprio filho do dono da “vinha”, enviado pelo pai para chamar os “vinhateiros” à responsabilidade e ao respeito pelos compromissos, foi assassinado.
A “vinha” de que Jesus aqui fala é Israel – o Povo de Deus. O dono da “vinha” é Deus. Os “vinhateiros” são os líderes religiosos judaicos – os encarregados de trabalhar a “vinha” e de fazer com que ela produzisse frutos. Os “servos” enviados pelo “senhor” são, evidentemente, os profetas que os líderes da nação, tantas vezes, perseguiram, apedrejaram e mataram. O “filho” morto “fora da vinha” é Jesus, assassinado fora dos muros de Jerusalém.
É um quadro de uma gravidade extrema. Os “vinhateiros” não só não entregaram ao “senhor” os frutos que lhe deviam, mas fecharam todos os caminhos de diálogo e recusaram todas as possibilidades de encontro e de entendimento com o “senhor”: maltrataram e apedrejaram os servos enviados pelo “senhor” e assassinaram-lhe o filho.
Diante deste quadro, Jesus interpela directamente os seus ouvintes: “quando vier o dono da vinha, que fará àqueles vinhateiros?”
A comunidade cristã primitiva encontrou facilmente resposta para esta questão. Na perspectiva dos primeiros catequistas cristãos, a resposta de Deus à recusa de Israel foi dada em dois movimentos. Em primeiro lugar, Deus ressuscitou o “filho” que os “vinhateiros” mataram, glorificou-o e constituiu-o “pedra angular” de uma nova construção; em segundo lugar, Deus decidiu retirar a “vinha” das mãos desses “vinhateiros” maus e ingratos e confiá-la a outros “vinhateiros” – a um povo que fizesse a “vinha” produzir bons frutos e que entregasse ao “senhor” os frutos a que ele tem direito.
Entretanto, a Mateus não interessa tanto a questão do filho – ressuscitado, exaltado e colocado como pedra angular da nova construção – quanto a questão da entrega da “vinha” a um outro povo. Ao sublinhar este aspecto, Mateus tem em vista uma dupla finalidade…
Em primeiro lugar, ele explica dessa forma porque é que, na maioria das comunidades cristãs, os judeus – os primeiros trabalhadores da “vinha” de Deus – eram uma minoria: eles recusaram-se a oferecer frutos bons ao “senhor” da “vinha” e recusaram sempre as tentativas do “senhor” no sentido de uma aproximação e de um compromisso. Logicamente, o “senhor” escolheu outros “vinhateiros”. O que é decisivo, para a escolha de Deus, não é que os novos trabalhadores da “vinha” sejam judeus ou não judeus; o que é decisivo é que eles estejam dispostos a oferecer ao “senhor” os frutos que lhe são devidos e a acolher o “filho” que o “senhor” enviou ao seu encontro.
Em segundo lugar, Mateus exorta a sua comunidade a produzir frutos verdadeiros que agradem ao “senhor” da “vinha”. Estamos no final do séc. I (década de 80); passou já o entusiasmo inicial e os crentes da comunidade de Mateus instalaram-se num cristianismo fácil, sem exigência, descomprometido, instalado. O catequista Mateus aproveita a oportunidade para exortar os irmãos da comunidade a que despertem, a que saiam do comodismo, a que se empenhem, a que dêem frutos próprios do Reino, a que vivam com radicalidade as propostas de Jesus.

ACTUALIZAÇÃO

Na reflexão, ter em conta as seguintes questões:

• O problema fundamental posto por este texto é o da coerência com que vivemos o nosso compromisso com Deus e com o Reino. Deus não obriga ninguém a aceitar a sua proposta de salvação e a envolver-se com o Reino; mas uma vez que aceitamos trabalhar na sua “vinha”, temos de produzir frutos de amor, de serviço, de doação, de justiça, de paz, de tolerância, de partilha… O nosso Deus não está disposto a pactuar com situações dúbias, descaracterizadas, amorfas, incoerentes, mentirosas; mas exige coerência, verdade e compromisso. A parábola convida-nos, antes de mais, a não nos deixarmos cair em esquemas de comodismo, de instalação, de facilidade, de “deixa andar”, mas a levarmos a sério o nosso compromisso com Deus e com o Reino e a darmos frutos consequentes. O meu compromisso com o Reino é sincero e empenhado? Quais são os frutos que eu produzo? Quando se trata de fazer opções, ganha o meu comodismo e instalação, ou a minha vontade de servir a construção do Reino?

• O que é que é decisivo para definir a pertença de alguém ao Reino? É ter uma “tradição familiar” cristã? É o ter entrado, por um acto formal (Baptismo) na Igreja? É o ter feito votos de pobreza, castidade e obediência numa determinada congregação religiosa? É o cumprir determinados actos de piedade? É o participar nos ritos? Nada disso é decisivo. O que é decisivo é o “produzir frutos” de amor e de justiça, que pomos ao serviço de Deus e dos nossos irmãos. Como é que eu entendo e vivo a minha caminhada de fé?

• A parábola fala de trabalhadores da “vinha” de Deus que rejeitam o “filho” de forma absoluta e radical. É provável que nenhum de nós, por um acto de vontade consciente, se coloque numa atitude semelhante e rejeite Jesus. No entanto, prescindir dos valores de Jesus e deixar que sejam o egoísmo, o comodismo, o orgulho, a arrogância, o dinheiro, o poder, a fama, a condicionar as nossas opções é, na mesma, rejeitar Jesus, colocá-l’O à margem da nossa existência. Como é que, no dia a dia, acolhemos e inserimos na nossa vida os valores de Jesus? As propostas de Jesus são, para nós, valores consistentes, que procuramos integrar na nossa existência e que servem de alicerce à construção da nossa vida, ou são valores dos quais nos descartamos com facilidade, sob pressão de interesses egoístas e comodistas?

• As nossas comunidades cristãs e religiosas são constituídas por homens e mulheres que se comprometeram com o Reino e que trabalham na “vinha” do Senhor. Deviam, portanto, produzir frutos bons e testemunhar diante do mundo, em gestos de amor, de acolhimento, de compreensão, de misericórdia, de partilha, de serviço, a realidade do Reino que Jesus Cristo veio propor. É isso que acontece, ou limitamo-nos a ter muitos grupos paroquiais, a preparar organigramas impressionantes da dinâmica comunitária, a construir espaços físicos amplos e confortáveis, a recitar a liturgia das horas, a produzir liturgias solenes, faustosas, imponentes… e completamente desligadas da vida?

ALGUMAS SUGESTÕES PRÁTICAS PARA O 27º DOMINGO DO TEMPO COMUM
(adaptadas de “Signes d’aujourd’hui”)

1. A PALAVRA MEDITADA AO LONGO DA SEMANA.
Ao longo dos dias da semana anterior ao 27º Domingo do Tempo Comum, procurar meditar a Palavra de Deus deste domingo. Meditá-la pessoalmente, uma leitura em cada dia, por exemplo… Escolher um dia da semana para a meditação comunitária da Palavra: num grupo da paróquia, num grupo de padres, num grupo de movimentos eclesiais, numa comunidade religiosa… Aproveitar, sobretudo, a semana para viver em pleno a Palavra de Deus.

2. DURANTE A CELEBRAÇÃO.
Seria bom rezar hoje a Oração Eucarística IV, que traça a história da salvação e concorda com os textos deste domingo (evocação do amor de Deus pelo seu povo, do Antigo Testamento à Igreja).

3. PALAVRA DE VIDA.
Não podemos criticar o proprietário da vinha, posto em cena por Jesus numa parábola, por ter negligenciado a sua vinha: ele trata da vinha com todos os cuidados… Não podemos criticar a sua paciência e a sua perseverança para com os vinhateiros: ele envia os seus servidores que são lapidados, envia outros que têm o mesmo destino e, enfim, envia o seu próprio filho, pensando que ele seria respeitado. Evidentemente, pensamos em Deus que toma cuidado do seu Reino e que envia até o seu próprio Filho. E nós, de que lado nos situamos? Jesus foi-nos enviado… Que fizemos do seu mandamento de amor? Foram-nos enviados mensageiros… Escutámo-los? O Reino de Deus não é devido, é-nos confiado. Esperando que não nos seja retirado…

4. UM PONTO DE ATENÇÃO.
Uma oferenda dos frutos da terra. Hoje, ou num dos domingos de Outubro, pode desenrolar-se durante a celebração uma oferenda dos frutos da terra: frutos, legumes, flores… No final da celebração, pode-se partilhar os dons oferecidos.

5. PARA A SEMANA QUE SE SEGUE…
Escolher um “fruto”. Ao deixarmos a celebração, podemos escolher um “fruto” possível para produzir nesta semana: um gesto ou uma palavra de reconciliação em relação a alguém; uma partilha com um vizinho necessitado; ou uma iniciativa que pareça ainda mais gratuita e que traga alegria. Para os mais empenhados na vida espiritual: em cada dia, produzir um fruto de amor!

Pe. Manuel Barbosa, In http://www.dehonianos.org/portal/liturgia/?cid=my-calendar&mc_id=1670